Caminaba por las calles del centro de mi ciudad... esa en la cual durante algunos días no podemos ver la cordillera aún cuando estamos al lado de ella; esa que debemos amar por ser el suelo que da firmeza a nuestros pasos, pero que simplemente dejamos en el olvido porque así somos las personas...
Durante la juventud (conocida) de la humanidad estas conductas se las atribuíamos al cola de flecha... a demonios que nos engatusaban con trucos baratos sobre qué camino elegir... Hoy ya no podemos hacer eso, porque sabemos que don sata no existe... que es solo una personificación de nuetra propia desidia frente al correcto actuar frente a uno mismo y a los demás...
Mi segunda respuesta a la interrogante fue pensar en la cobardía... pero ¿a qué? Tal vez a no hacer algo que para todo el mundo pueda ser de lo peor... tal vez no querer contradecir una moral acomodaticia y relativa... moralidad en la cual nos regocijamos y de la cual comemos como chanchos en barro sólo para acallar nuestra cada vez más dormida conciencia...
No, la cobardía no era o al menos no solo ella... y tras un buen puñado de minutos, horas, incluso días la respuesta me llegó... No hacemos lo correcto simplemente porque es difícil... porque el precio de la integridad es a veces quedarse solo... es porque lisa y llanamente, es más fácil hacer lo que aparentemente nos conviene en el momento...
Y la tristeza llegó a mi alma casi al unísono con la respuesta... El camino de la integridad está repleto de sinsabores, penas, amarguras y desentendidos... pero es el camino correcto... Mi padre una vez me dijo... Si quieres saber qué es lo que tienes que hacer en algún momento dado, si quieres saber cuál es el camino... debes elegir el difícil y de seguro no te equivocarás...